"Hay que volver a la Fase 1 en inversión pública educativa".
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* Por RAMIRO EGÜEN
Llamamos brecha digital a cualquier distribución desigual en el acceso, en el uso, o en el impacto de las Tecnologías de la Información y la Comunicación entre grupos sociales. Por su parte, nuestro país ya padecía una brecha educativa que se profundizó por la digital. El relato que a continuación expongo, es muestra de ello.
Juana Calviño, docente de educación media, observaba pensativa el minúsculo jardín que se recortaba desde la ventana de su patio. Miró el reloj ansiosamente: faltaban unos instantes para que mediante “zoom“, iniciara la diaria clase virtual como todos los días dictaba para un auditorio que la contemplaba desganado. Hacía varios días que la cuarentena impuesta por el Poder Ejecutivo nacional le había cambiado la rutina de años.
El Covid-19 , la furiosa pandemia desatada en la lejana Asia, alteró por completo el accionar y el pensamiento político del Estado, y por ende todas las instituciones debieron rearmar sus actividades a partir de un esmerado protocolo instaurado sobre la marcha. Y el sistema educativo, uno de los principales pilares que sostiene la pata intelectual de un Estado moderno, se tuvo que adaptar a las nuevas exigencias tecnológicas para no quedar rezagado en la sociedad.
Juana, una docente de alma con algunos años de esforzado oficio, tuvo que decodificar un esquema virtual que no fue hecho a la medida para cada nivel del sistema y que, además, no estaba preparada para desarrollarlo. Entonces todo su accionar quedó sujeto como primera instancia a una salvaje improvisación, en donde tuvo que lidiar con sus limitaciones en el ciberespacio mundial. Pero no se amilanó y pudo ponerse a la altura de las circunstancias en pocos días y ello le permitió bucear aún más profundo en una nueva didáctica tecnológica que casi desconocía por completo.
Por otro lado, los alumnos de Juana permanecían pegados a sus teléfonos, aplicaciones mediante, y hacían denodados esfuerzos por no perder la sinuosa línea de clases virtuales para no quedar al margen de la historia diaria, que ven pasar a través de la pequeña pantalla del celular.
Pero no se tuvo en cuenta un gran dilema que afecta a un porcentaje importante del país: la desigualdad económica y social que lo divide desde hace décadas hace imposible que todos los alumnos de la docente Juana Calviño reciban sus clases en forma simultánea y participativa como ella piensa y desea.
Esa desigualdad provista por un Estado sorprendido en su deficiencia estructural para solucionar todos sus problemas e inquietudes, percibe con impotencia su andar errático, tapando los baches originados por la inexistencia de una política de largo plazo.
Cada gobierno que tuvo nuestro país, no importa el color ahora, no ha podido o no ha intentado echar bases de modernidad didáctica ni tecnológica, a diferencia de otros países que sí lo han hecho y ello les ha rendido frutos que son esenciales para un posterior desarrollo industrial.
Entonces, Juana tuvo que suplir la deficiencia estatal y desdoblar esfuerzos para que a los que les faltaba material de clase tuviesen todo al día. Confeccionó cuadernillos, pagados por su pasión y bolsillos, los envió a imprimir a las fotocopiadoras del barrio y de allí los padres -que pudieron pagarlos- los retiraron para que de algún modo sus hijos recibieran sus clases y no se atrasaran.
En síntesis, Juana Calviño se le plantó a la pandemia y le demostró al poder político que estaba preparada para asumir el nuevo reto de un futuro que le golpea la puerta con inusitada violencia.
Lo aquí narrado, que no es más que una forma “poética“ de visualizar una realidad que acontece ya por casi 80 días, nos dispara un diagnóstico de la situación y, por ende, la necesidad de volver a “fase 1“ en inversión pública educativa.
Transcurrido este tiempo, el Estado debería haber volcado gran parte del dinero de la asistencia para paliar la situación de pandemia, a atender este nexo que significa lo digital en un contexto de confinamiento obligatorio, desde la óptica educativa, entendiéndola en su forma dinámica. Por un lado el acceso de los alumnos a un servicio elemental, con hogares donde estaba todavía irresuelto el tema de la energía eléctrica y por el otro, trabajadores de la educación que también debieron adaptar con magros sueldos su forma de ejercerlo.
Es imperioso cuidar tanto la nutrición de nuestros chicos como garantizar las herramientas para que no exista deserción escolar. Estoy convencido que la educación es el mayor distribuidor, no de riquezas, pero sí de oportunidades. Es el camino largo pero sostenido del ascenso social, que si lo hacemos bien, será generalizado.
Tenemos que volver a trazar en el imaginario social que es posible que los jóvenes de nuestro país pueden acceder al máximo nivel educativo, y que también esa graduación significa una verdadera salida laboral.
El Estado debe ordenar sus prioridades, atendiendo la coyuntura pero sin dejar de mirar el horizonte del crecimiento y desarrollo humano y cultural que, no tengo dudas, nos depositará en el económico. Si lo pensamos y estructuramos al revés, no tendremos los resultados que esperamos.
*Abogado y Dirigente GEN Séptima Sección
Ex Candidato a Diputado en 2019.
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